Los horticultores recolectan la guindilla con esmero y de forma gradual según van creciendo éstas, con el fin de que la guindilla sea homogénea, suave y fina.

Tras seleccionarla, se envasa en tarros de cristal, quedando inmersa en vinagre de vino con poca acidez y poco contenido de sal, que contribuye a conferir al producto una especial suavidad al paladar y un sabor exquisito.